jueves, 27 de marzo de 2008

Las razones del camino

Es dura la asfixia,
la congoja del miedo,
la soledad de las noches muertas.
Todo el mundo lo sabe.
La vida entonces es angustia,
un libro en blanco y sin final.
Un regalo macabro del silencio.

En esas noches nada puede decirse.
Acaso palabras de consuelo,
fórmulas de un conjuro,
excusas para justificar la herida:
un poema, por ejemplo.
O uno puede abrazarse a la memoria,
-ese refugio tan lleno de trampas-
y reivindicar el calor de un abrazo,
la magia de las miradas como lumbre,
la luminosidad gozosa del que llega a tiempo
y nos rescata de la noche fiera,
de esa terca oscuridad de la que nadie vuelve.

Y entonces uno comprende.
Y en la asfixia, en la congoja,
uno encuentra una razón,
un sentido para seguir:
no defraudar a los que llegaron a tiempo,
no darles motivos para morir.

Y como en una obligación hermosa y purificadora
comienza un homenaje a través del tiempo.
Y alguien, en la noche,
escribe este poema.

lunes, 10 de marzo de 2008

Poemas que canto

Este texto siempre será necesario y tendrá sentido para mí, pero ahora más que nunca. Esto es una pequeña acción de gracias.

Como el que pide habitación en un hotel en llamas
(David E. Rodríguez)

Mis amigos aman vivir
de una manera furibunda, definitiva.
Aman la música y sus latidos,
la palabra, los cuerpos,
la compañía, la verdad... Sobre todo
aman la vida.

En este país que como todos suicida a los poetas
ellos esquivan la vida en prosa
–esa maleta gris para encerrar a las gaviotas–.
Y es que mis amigos, esos infelices,
cuando son felices nada puede detenerles,
ninguna pared puede pararles
aunque tarde o temprano aparezcan
los cobardes o la policía.

Por eso aunque un día suceda
una excursión de abismo,
un estallido de pena y ya no estemos
siempre estaremos.
Porque resistir se dijo y se dice
con la boca de la sangre abierta.
Porque aunque nos quieran cortar la luz
siempre tendremos velas.

Porque ellos,
mis amigos,
me salvaron,
me salvan
la vida.